viernes, 14 de diciembre de 2007

UN RELATO...

ETELVINA Y LA LLUVIA

Sucede que la primera vez que Etelvina viste de blanco, la calle se ve amenazada por un cielo pardo. En cuanto estalla el chaparrón, tiene que escapar agachada bajo las pequeñas orejas de cemento por las cinco cuadras que separa su casa del trabajo. Esquiva apenas las inminentes gotas que se empecinan en armar una fiesta húmeda y saltarina sobre todas las cabezas, paraguas y capóts de autos.
Es así como ese día –dicen- los clientes se apretujan dentro del negocio, y conviven. Se toman una taza de Café Juanita, o del Té Sabrina, o de la tan demandada lágrima en jarrita Emilia. Leen el diario. Se miran. Se ignoran. Escriben o hablan por celular.
Etelvina atraviesa a prisa el pasillo pasadas las 8 am de un viernes, haciendo un ruido ridículo a charco con sus embarrados zapatos, empeñados en dejar huellas por todo el piso de granito bordó. Como de costumbre, pide perdón varias veces, esta vez, en voz muy alta sacudiéndose el pelo, con la frente hacia el piso, sin reparar en si hay alguien que la escuche, y entra al toilette.
Se enjuaga la cara con ambas manos. También las piernas, de abajo hacia arriba, salpicadas con barro. El estrecho recinto la contiene, apenas alumbrado por una lamparita amarillenta y un generoso espejo que abarca toda la pared, donde ella se observa. Queda enfrentada a sí misma, transparente y blanca, yace. Su cuerpo se va revelando, como el despuntar del día en donde nada y todo se calla. Repara en su piel que se exhibe a través de las telas. Las puntas del oscuro pelo corto al hombro son un gotero incesante, y caen sobre sus pezones las diáfanas partículas. Siente los dedos de alguien quien hace tiempo que no acaricia, y la toca con la suavidad del agua. El estrecho cuello, los brazos, la boca, el lunar del pecho. Etelvina huele a lluvia. Permanece en el éxtasis del frío intenso y acalorado de estar toda húmeda y cierra cada tanto los ojos para no tener que creer en lo que ve más que en lo que siente. Retoza ahora en sus mechones, siente los dedos conspirados con sus rizos mojados y le da placer. Étel nunca había jugado.
Hace un bollo con el papel seco del expendedor que tenía pensado usar para secarse la ropa y el cuerpo. Le gusta su nuevo olor, su desnudo incipiente, su escote llovido. Destraba y empuja con decisión la puerta del baño. Camina hacia la barra, y ante la vista atónita de sus compañeras y habituales clientes que paulatinamente van enmudeciendo, toma una bandeja y se dirige hacia las mesas sin ponerse, esta vez, el delantal.

9 comentarios:

Juan Pablo dijo...

¡Identifíquese, please!

Anónimo dijo...

Soy Analía

Anónimo dijo...

Buenísimo el relato, la verdad muy bueno! Las descripciones no son ni excesivas ni cansadoras, está muy bien desarrollado!
Te felicito!

besos


TIN!

Juan Pablo dijo...

Muy buena tu capacidad para hacer una historia a partir de una anécdota -al menos en apariencia- mínima. Después de leer tu "No te fíes de los muertos", texto que recomiendo a l@s amig@s del blog, percibo aquí una escritura más adolescente, no porque adolezcas de talento, sino por la temática, já.

Muy bueno, y por favor enviáme la dirección del bar donde trabaja Etelvina que apenas llueva me voy para allá a tomar un café con leche Martina con Laurita acompañado de una porción de pizza Vanina.

Anónimo dijo...

Ani me encantó!!! y no pares de escribir..! tb extrañote!! besos!

Anónimo dijo...

Gracias por los comentarios chicos! El texto tiene un tinte erótico como verán. Me autocritico con No te fíes de los muertos... Tenia 10 años menos cuando salió publicado!! ufff y -espero- crecí desde ahi a nivel literario. Siento que me falta muchísimo camino... No se si les pasa que muchas veces uno parece haber culminado un trabajo, y siempre siempre te gustaria cambiar algo, palabras, signos ortográficos, giros...

Juan Pablo dijo...

Todo el tiempo nos sucede eso que decís sobre los cambios que nos gustaría introducir en la obra publicada, Analía. No por nada el viejo Borges recordaba que el viejo Alfonso Reyes le había dicho que el escritor publica porque se cansa de corregir. Y el recorrido del camino literario se termina exactamente el último día de nuestras vidas, en el último renglón que escribimos, seamos o no conscientes de que -lamento el dequeísmo- es el último. No te preocupes tanto por ese presunto "mucho camino" que aún te queda. Ojalá a todos nos quede mucho más por recorrer y aprender, por por admirar y crear.

Pero la vejes me pone cabeza dura, y yo insisto: No te fíes... me parece una joyita, y más si tenemos en cuenta que erás aun más joven cuando lo escribiste. Si no la gano la empato, ja. Y Etelvina también se las trae. Cariños.

Anónimo dijo...

Muy sensual y elegante. Me encantó.

Anónimo dijo...

Muy sensual y elegante. Me encantó

Juan Verdad