sábado, 26 de abril de 2008

INVITACIÓN

Están todos invitados al recital de LADO B, banda de la que es parte nuestro historietista de la revi, Germán, alias el negro Musamba. Creador de La napia y la serie "Etapas Pre-operativas según Piaget". Pueden escuchar algunos de sus temas en www.myspace.com/ladob1


lunes, 14 de abril de 2008

Rojo




Rojo

Brota de la hoguera
el fuego fauno
que consume las cenizas
de los libros sagrados

Hipnotiza con su danza
al más intrépido de los guerreros
que lucha con deseo abyecto
sobre un letargo dantesco

Respira y se enaltece

Se consume

Lo presiente

Azul

Amarillo

Rojo

Negro


Desaparece....


.............................................................

Éstos tres fragmentos corresponden a la serie "Colores"


Naranja



Naranja

Perseguía las huellas del destino sobre un camino desolado que cortaba la inmensidad del desierto. Estaba perdido en una tormenta de arena. Tan sólo tenía la certeza de que iba a llegar.
Encendió un cigarillo y comenzó a cantar la canción de cuna que su madre le susurraba al oído antes de dormir.
Miró por la ventanilla para encontrar la caída del gran astro. Sus delicados rayos comenzaban a replegarse sobre un manto negro.

El naranja lo cubría todo.

La flecha de la paz atravesó su corazón. Todas sus dudas se disiparon en el aire. Sentía que la magia comenzaba en aquel ínfimo punto en donde se funden la pluridad de realidades.
Flotando, se entregó por completo a la eternidad del momento.

De repente, una nube de humo negro comenzó a acechar al perfecto cuadro. Siguió desesperado su rastro, para encontrar el origen allí, donde nacen las montañas.

Fuego sobre el desierto.

No pudo descifrar que era lo que ardía. Tan sólo eran llamas voraces que bailaban al son de un ritmo frenético.

Hipnotizado, intentó aminorar la marcha. El fuego lo llamaba.

Pestañeo

Miro a su alrededor

Despertó del sueño

Sabía que no podía mirar atrás....

Azul



Azul

Surca la inmensidad del océano
el Águila Dorada


Sobre sus alas desplegadas
(que rompen el infinito)
Se refleja un espejismo
Dorado, Azul y Amarillo


El mar le ruge
Con osadía la seduce


Cae en picada
Nada la ampara


Se eriza

Llora

Se desvanece

Vuelve a nacer....

viernes, 11 de abril de 2008

Palabras al tiempo

La última vez que te vi llevabas atravesada una lágrima que el viento cristalizó en tu cara.
Pisabas la vereda como un colchón de bohemia. La última vez me llamaste desilusionada porque tu chico, el que entonces te volvía dócil y descentrada, había dicho que no te quería. Te gustaba tanto aquella peluca con pies.
Si hoy nos encontráramos hablar de las heridas de flores de los años adolescentes, que ya no adolecen, sería nuestro primer tema, como todas nosotras lo hacemos.
La mañana de invierno en que te acercaste en aquel pasillo infernal de la secundaria, traías una mirada de ángel, palabras para acompañarme. Me preguntaste distraída alguna cosa, mientras comíamos un sándwich y nos sentábamos a beber el sol de la mañana.
Estábamos en quinto año y escondidas en un recoveco de la siesta tibia y despoblada de nuestras calles fumamos los primeros cigarrillos. Te dije que Rosario era el lugar dónde quería vivir y estudiar. Vos estabas indecisa en la elección de la carrera, decías que eso era lo de menos, en todo caso ibas a conseguir algún laburo y desde ese día comenzamos a planear la huída: iríamos juntas a descubrir esa ciudad imaginada a la distancia, tan inmensa en nuestra utopía.
Ahora, después de cinco años en este lugar te diría, que se puede llegar al Río en un parpadeo, que encontrás caras familiares en los bares y en las calles, que Rosario está brindada al canto y a la poesía, que la libertad es otra cosa a como la imaginábamos, más grande y difícil de encontrar, que me descubrí lejana y desterrada, hasta que por fin me adopté los días y las noches de esta ciudad. Me gustaría contarte de aquel chico peluca, lo encontré algunas veces en el parque los domingos y me trajo inevitablemente el recuerdo de tu cara pálida… y el gesto de la última vez que te vi.

domingo, 6 de abril de 2008


EL PAYASO

Los sábados a la mañana Marta se lleva el auto para ir al negocio, aprovechando que yo no trabajo. Entonces la agarro a la Yael, nos subimos al 102 y nos vamos a Arroyito, a visitar a mi vieja. La nena se aburre un poco en el caserón, pero es bueno que esté con la abuela, aunque sea una vez por semana. Creo que la Yael se divierte más con el viaje en colectivo. A mí, que ya estoy demasiado acostumbrado al auto, me embola un poco.

A mi vieja le gustaba llevarnos al circo cuando éramos chicos, pero siempre decía que los payasos la entristecían. Mis hermanos y yo, era lógico, no la entendíamos. Pero ella decía que los payasos son tipos que sufren mucho. Siempre me acuerdo de eso cuando veo a alguno; o cuando escucho la canción esa que canta Baglietto... “Jeremías”... Creo que se llama así.

El tipo subió en Santa Fe y Pueyrredón. Yael y yo veníamos sentados en los asientos de la última fila. Ella iba sentada del lado de la ventanilla, pero se le fueron los ojitos apenas lo descubrió.
-¡Mirá, pá!... ¡Un payaso!
Era bastante morochito. Tenía la nariz y los mofletes pintados de rojo. Lo primero que me llamó la atención fue que no tenía peluca... Los payasos no pueden tener el pelo negro... Rojo, amarillo patito o anaranjado puede ser... Pero negro, no.
El tipo habló no sé qué cosa con el chofer. Después se dirigió a nosotros.
-Señores pasajeros. Tengan todos ustedes muy buenos días -dijo, con una voz chillona, pero que no parecía demasiado fingida.
-¡Buenos días! -le contestó Yael, ante la indiferencia generalizada. Después me miró, como reprochándome por no haber hecho lo mismo que ella.
El pobre tipo volvió a hablar.
-¿Qué pasa, señoras y señores? ¿Solamente una hermosa niña me saludó? -dijo, mientras señalaba a Yael, que lo miraba extasiada- ¡No me van a decir que le tienen miedo a un payasito!
A un payasito no; pero por debajo del maquillaje se veía que el tipo era bien negro villa, de esos que más vale no encontrarse cuando uno va caminando solo, de noche.
-Bueno, hagamos una cosa, señoras y señores. Yo los vuelvo a saludar, y al que no me contesta me arrimo y le doy un beso, ¡y lo lleeeeeno de pintura!
La Yael se rió, dando un grito. La poca gente que viajaba en el colectivo se dignó mirarlo, por lo menos.
-Señores pasajeros. ¡Tengan todos ustedes muuuy buenos días!
Algunos más nos animamos a contestar, un poco a desgano.
-Mmmm... ¡Qué saludito flojo! -se burló el tipo- Me parece que van a tener que tomar más sopa.
Yael, quien por supuesto lo había vuelto a saludar, se enganchó con la ocurrencia del tipo.
-¡A mí no me gusta la sopa!
Le dije que se callara. Que lo dejara hablar al señor. Por supuesto, lo que más me preocupaba era que el negro se tomara demasiada confianza con ella.
-A esta señorita no le gusta la sopa... Y la verdad que a mí tampoco -dijo el payaso. Después la miró a Yael y le guiñó el ojo.
Algunas personas comenzaron a prestarle un poco más de atención. El tipo pareció percibirlo en el acto.
-¡Así me gusta! Que no le tengan miedo a un payaso -sonaba casi como una amenaza- Si no tengo sida ni nada...
La Yael me miró, asombrada.
-Pá, ¿los payasos tienen sida?
No supe qué contestarle. Preferí chistarla para que siguiera escuchando al tipo.
-Y ahora, señores pasajeros -siguió el payaso- les voy a contar un chiste. Resulta que un nene le dice a la madre “Mamá; en la escuela hay un chico que me dice maricón”. La madre le dice “¿Y por qué no lo reventás a trompadas?” Y el nene dice “Yo le pegaría... pero es tan lindo”.
Algunos pasajeros se rieron. A mí me pareció que el cuento no era muy apropiado para que lo contara un payaso.
-Pá, ¿el nene era maricón? –me preguntó la Yael... No le contesté. Le señalé al payaso, para indicarle que lo siguiera escuchando. Ahora el tipo se había puesto serio.
-Señoras y señores. Yo me llamo Miguel, y estoy sin trabajo desde hace más de un año. Tengo cinco chicos, y les tengo que dar de comer. Yo trabajaba en una embotelladora, pero ahora me visto de payasito y vengo a tratar de hacerlos reír.
Yael lo miraba, extrañada.
-Yo podría salir a robar como hacen otros, pero no quiero... Por mi mujer y por mis hijos. Por eso, les pido que me ayuden con lo que puedan. Aunque sea una sola monedita... A los que me ayuden, se los voy a agradecer. Y a los que no, igual les doy las gracias por haberme escuchado. Que Dios los bendiga, y que tengan un muy buen viaje.
Se empezó a acercar a los pasajeros... Nadie le daba un peso. Yo empecé a buscar algunas monedas en el bolsillo de la camisa, sabiendo que si lo dejaba pagando, la Yael se iba a sentir defraudada.
Cuando se acercó a nosotros le di cincuenta centavos. El tipo me los agradeció, con sus prefabricados buenos modales. La nena lo miraba fijamente. Tenía muchas ganas de hablarle.
-Hola payasito. Yo soy Yael.
-Hola Yael -le dijo él, casi sin mirarla. Me pareció, eso sí, que le estaban brillando los ojos.
Siguió pidiendo plata a los otros pasajeros.
-¿Y? ¿Qué tal? -le preguntó el chofer, una vez que el payaso terminó su recorrido y volvió a la parte delantera del ómnibus.
-Para la mierda, hermano.
La Yael se lo quedó mirando, con los ojos bien abiertos, como cada vez que se sorprende por algo.
-¡¿Oíste, pá?! ¡El payaso dijo una mala palabra!
Una mujer, bastante grande, que iba sentada delante nuestro, se dio vuelta y nos miró, sin decir nada. El payaso siguió viaje muy callado. Se bajó dos cuadras después que pasamos por la estación de ómnibus. Nosotros nos bajamos, como de costumbre, en Alberdi y Vélez Sarsfield.
Mientras caminábamos las tres cuadras -¡qué largas son las cuadras en Arroyito!- la nena me hizo una pregunta.
-Pá, ¿por qué el payaso dijo una mala palabra?
Quién sabe que le andaría pasando por esa cabecita.
-Porque estaba triste, Yae... Porque estaba triste...
Ella también se puso triste. Se le veía en la carita. Pasamos por un kiosco y le compré unos caramelos. Seguimos caminando. Volví a acordarme de lo que mi vieja sabía decir sobre los payasos.


Juan Pablo Angelone
Adelanto de su libro
"Argentinalgia. Cuentos para un país que nos duele"