domingo, 6 de abril de 2008


EL PAYASO

Los sábados a la mañana Marta se lleva el auto para ir al negocio, aprovechando que yo no trabajo. Entonces la agarro a la Yael, nos subimos al 102 y nos vamos a Arroyito, a visitar a mi vieja. La nena se aburre un poco en el caserón, pero es bueno que esté con la abuela, aunque sea una vez por semana. Creo que la Yael se divierte más con el viaje en colectivo. A mí, que ya estoy demasiado acostumbrado al auto, me embola un poco.

A mi vieja le gustaba llevarnos al circo cuando éramos chicos, pero siempre decía que los payasos la entristecían. Mis hermanos y yo, era lógico, no la entendíamos. Pero ella decía que los payasos son tipos que sufren mucho. Siempre me acuerdo de eso cuando veo a alguno; o cuando escucho la canción esa que canta Baglietto... “Jeremías”... Creo que se llama así.

El tipo subió en Santa Fe y Pueyrredón. Yael y yo veníamos sentados en los asientos de la última fila. Ella iba sentada del lado de la ventanilla, pero se le fueron los ojitos apenas lo descubrió.
-¡Mirá, pá!... ¡Un payaso!
Era bastante morochito. Tenía la nariz y los mofletes pintados de rojo. Lo primero que me llamó la atención fue que no tenía peluca... Los payasos no pueden tener el pelo negro... Rojo, amarillo patito o anaranjado puede ser... Pero negro, no.
El tipo habló no sé qué cosa con el chofer. Después se dirigió a nosotros.
-Señores pasajeros. Tengan todos ustedes muy buenos días -dijo, con una voz chillona, pero que no parecía demasiado fingida.
-¡Buenos días! -le contestó Yael, ante la indiferencia generalizada. Después me miró, como reprochándome por no haber hecho lo mismo que ella.
El pobre tipo volvió a hablar.
-¿Qué pasa, señoras y señores? ¿Solamente una hermosa niña me saludó? -dijo, mientras señalaba a Yael, que lo miraba extasiada- ¡No me van a decir que le tienen miedo a un payasito!
A un payasito no; pero por debajo del maquillaje se veía que el tipo era bien negro villa, de esos que más vale no encontrarse cuando uno va caminando solo, de noche.
-Bueno, hagamos una cosa, señoras y señores. Yo los vuelvo a saludar, y al que no me contesta me arrimo y le doy un beso, ¡y lo lleeeeeno de pintura!
La Yael se rió, dando un grito. La poca gente que viajaba en el colectivo se dignó mirarlo, por lo menos.
-Señores pasajeros. ¡Tengan todos ustedes muuuy buenos días!
Algunos más nos animamos a contestar, un poco a desgano.
-Mmmm... ¡Qué saludito flojo! -se burló el tipo- Me parece que van a tener que tomar más sopa.
Yael, quien por supuesto lo había vuelto a saludar, se enganchó con la ocurrencia del tipo.
-¡A mí no me gusta la sopa!
Le dije que se callara. Que lo dejara hablar al señor. Por supuesto, lo que más me preocupaba era que el negro se tomara demasiada confianza con ella.
-A esta señorita no le gusta la sopa... Y la verdad que a mí tampoco -dijo el payaso. Después la miró a Yael y le guiñó el ojo.
Algunas personas comenzaron a prestarle un poco más de atención. El tipo pareció percibirlo en el acto.
-¡Así me gusta! Que no le tengan miedo a un payaso -sonaba casi como una amenaza- Si no tengo sida ni nada...
La Yael me miró, asombrada.
-Pá, ¿los payasos tienen sida?
No supe qué contestarle. Preferí chistarla para que siguiera escuchando al tipo.
-Y ahora, señores pasajeros -siguió el payaso- les voy a contar un chiste. Resulta que un nene le dice a la madre “Mamá; en la escuela hay un chico que me dice maricón”. La madre le dice “¿Y por qué no lo reventás a trompadas?” Y el nene dice “Yo le pegaría... pero es tan lindo”.
Algunos pasajeros se rieron. A mí me pareció que el cuento no era muy apropiado para que lo contara un payaso.
-Pá, ¿el nene era maricón? –me preguntó la Yael... No le contesté. Le señalé al payaso, para indicarle que lo siguiera escuchando. Ahora el tipo se había puesto serio.
-Señoras y señores. Yo me llamo Miguel, y estoy sin trabajo desde hace más de un año. Tengo cinco chicos, y les tengo que dar de comer. Yo trabajaba en una embotelladora, pero ahora me visto de payasito y vengo a tratar de hacerlos reír.
Yael lo miraba, extrañada.
-Yo podría salir a robar como hacen otros, pero no quiero... Por mi mujer y por mis hijos. Por eso, les pido que me ayuden con lo que puedan. Aunque sea una sola monedita... A los que me ayuden, se los voy a agradecer. Y a los que no, igual les doy las gracias por haberme escuchado. Que Dios los bendiga, y que tengan un muy buen viaje.
Se empezó a acercar a los pasajeros... Nadie le daba un peso. Yo empecé a buscar algunas monedas en el bolsillo de la camisa, sabiendo que si lo dejaba pagando, la Yael se iba a sentir defraudada.
Cuando se acercó a nosotros le di cincuenta centavos. El tipo me los agradeció, con sus prefabricados buenos modales. La nena lo miraba fijamente. Tenía muchas ganas de hablarle.
-Hola payasito. Yo soy Yael.
-Hola Yael -le dijo él, casi sin mirarla. Me pareció, eso sí, que le estaban brillando los ojos.
Siguió pidiendo plata a los otros pasajeros.
-¿Y? ¿Qué tal? -le preguntó el chofer, una vez que el payaso terminó su recorrido y volvió a la parte delantera del ómnibus.
-Para la mierda, hermano.
La Yael se lo quedó mirando, con los ojos bien abiertos, como cada vez que se sorprende por algo.
-¡¿Oíste, pá?! ¡El payaso dijo una mala palabra!
Una mujer, bastante grande, que iba sentada delante nuestro, se dio vuelta y nos miró, sin decir nada. El payaso siguió viaje muy callado. Se bajó dos cuadras después que pasamos por la estación de ómnibus. Nosotros nos bajamos, como de costumbre, en Alberdi y Vélez Sarsfield.
Mientras caminábamos las tres cuadras -¡qué largas son las cuadras en Arroyito!- la nena me hizo una pregunta.
-Pá, ¿por qué el payaso dijo una mala palabra?
Quién sabe que le andaría pasando por esa cabecita.
-Porque estaba triste, Yae... Porque estaba triste...
Ella también se puso triste. Se le veía en la carita. Pasamos por un kiosco y le compré unos caramelos. Seguimos caminando. Volví a acordarme de lo que mi vieja sabía decir sobre los payasos.


Juan Pablo Angelone
Adelanto de su libro
"Argentinalgia. Cuentos para un país que nos duele"

4 comentarios:

Agustín Roig Persig - (Tin Roig) dijo...

Muy lindo cuento!! Porque recrea una situación cotidiana que todo el mundo conoce y va muy bien con la historia de la nena.
Buenísimo!

Ahora a esperar el libro!!

UN ABRAZO!




TIN!

Anónimo dijo...

Se agradece, Agustín.

Otro abrazo.

Anónimo dijo...

Me gustó mucho el cuento. Es un fiel reflejo de una situación cotidiana, pero con una vuelta de tuerca más que interesante.
Generalmente los trayectos que hago en colectivo los paso leyendo algún que otro libro, pero un atardecer en bs as, un payaso subió al cole e hizo su rutina convencional. Yo sin más, no le presté demasiada atención, hasta que el mismo defraudado por un público insensible, miró por la ventana, señaló el sol, y nos dijo a todos "Miren ese bello atardecer. Es lo único que realmente tenemos. Yo se que todos vienen cansados de trabajar, se les nota en la cara. Pero sonrían hoy, sean felices, quizás mañana no puedan"
:O

Espero ver más cosas tuyas, que la verdad me gustan mucho.
Un abrazo

Lobo

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Lobo.

Y la verdad es que de haber yo vivido esa situación que vos contás, tal vez mi relato hubiera sido distinto. Si el papá de la Yael hubiera escuchado al payaso decir "Pero sonrían hoy, sean felices, quizás mañana no puedan" es probable que desde su perspectiva de clase hubiera leído en esas palabras algo parecido a una amenaza.

Y sí, el aquí y el ahora nos ofrecen todo el tiempo literatura. Como decía el músico Piero en el siglo pasado, "las cosas se cuentan solas, sólo hay que saber mirar"

Un abrazo. Me pongo a leer tus Colores.